viernes, 1 de julio de 2011

Caracas

ERES BASURA y nunca luz. Te detienes en unos confines que ni siquiera existen. Te regodeas como si fueras alguien. Te crees algo. Te inundas en tu pestilencia. Te ausentas, me expulsas. Ya no te quiero. No. Nunca te quise. Te volviste algo que nunca fuiste. Eres referencia de libro nunca escrito. No eres. No te puedes sentar en un banco de plaza, porque no hay banco, no hay plaza, sólo chirrido insoportable, cana de una vejez que nunca te llegará. Gritas y yo no te oigo, no te quiero oir, no me grites que siempre estoy lejos y no quiero acercarme porque hiedes, porque no importan tus humos ni nada de lo tuyo porque no tienes nada, porque no te pido nada ciudad hostil, hueco feroz. Ciudad infiel, barragana. Ciudad portátil. No creas que llegas al despecho porque no se añora lo que nunca ha sido parte, después ni durante. No te compares, no quieras incluirte, no vengas a reclamar. Quédate ahí, en tu espiral negro, en tu incesante ausencia. No te necesito, diciente, declárate culpable, abandona tu pena. Desaparece.

(Desde "Caracas" de Santiago Acosta)

miércoles, 1 de junio de 2011

Del Gallegos y otros premios

¿Para qué sirven los premios literarios? Mejor: ¿Para qué sirven hoy en día los premios literarios? ¿Únicamente legitiman a los autores que los reciben? ¿Legitiman una trayectoria? ¿Una sola obra que quizás se pierda en la vastedad de los millones de ISBN? ¿El autor premiado marca algún tipo de pauta en lo que se debe leer o en el orden de las poéticas contemporáneas? Estas preguntas pueden tener distintas respuestas y quizás cada quien aporte lo que considere e, incluso, platee unas cuantas interrogantes más. Sin embargo, el hecho concreto es que los premios literarios causan efectos tangibles que definitivamente algo dicen del mundo editorial y literario de Hispanoamérica (contexto al que, claro, me circunscribo). En este sentido, tenemos que el día en que sale a la venta la obra ganadora del Premio Planeta se venden cientos de ejemplares y en una semana se superan los miles; quien gana el Herralde pasará a engrosar el respetadísimo catálogo de Anagrama, tendrá su lomo gris y, seguramente, su siguiente obra también lleve la aprobación del señor Jorge (dentro de poco la de algún editor senior que ponga Feltrinelli a la cabeza); quien gana el Reina Sofía muy probablemente reciba el Cervantes al año siguiente; quien recibe el Premio Alfaguara estará tres largos meses con una agenda apretadísima que le hará recorrer todos los países de habla castellana y su nombre comenzará a ser reconocido más allá de las fronteras de lo que en la trasnacional del Grupo Santillana bien llaman capítulos o sucursales; y quien reciba el Nobel quedará consagrado por siempre y sus palabras serán referencia para consolidar cualquier opinión dicha sobre la literatura, la cultura en general, la política y las relaciones internacionales. 
He tomado algunos ejemplos de los premios más importantes y unas acotadísimas consideraciones, pero podríamos seguir apuntando cosas y características a los cientos  de certámenes literarios que año a año parecen seleccionar a lo más granado de las literaturas hispanas.
Dentro de estos premios "de referencia" está sin duda el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Pocas son las personas, de cualquier nacionalidad que, de una manera u otra, estén vinculadas al mundo literario que no sepan de la existencia "del Gallegos". Cuando se toca el tema no se tarda en recordar que lo recibieron Vargas Llosa, Vila-Matas, Fuentes y Bolaño, sobre todo Bolaño, siempre se nombra a Bolaño, como si efectivamente aquel premio a Los detectives salvajes de 1999 hubiese servido efectivamente de trampolín, de impulso para un escritor que había dejado atrás su Chile natal para saltar a México y luego a España, con un paso silencioso. De modo que, el prestigio del Gallegos parece estar más que claro fuera de Venezuela, donde es seguro que se ha pasado muy por alto lo que políticamente han desatado las últimas entregas. ¿Pero qué premio no levanta controversias a sotto voce? Probablemente todos, más aún cuando te acercas peligrosamente a los comentarios de editores y en plan secreto cuentan cómo se han arreglado muchos de los grandes premios literarios y se instauran chistes que se repiten antes de cada veredicto. Pero más allá de eso, también con el Gallegos, es como si románticamente pudiéramos pensar que más puede la literatura, que lo que finalmente se vende es el libro (no olvidemos que estamos hablando de un negocio, de un negocio que en algunos países, principalmente España, tiene un porcentaje importante dentro del 100% de ventas anuales de producción nacional) y las historias que contienen, los lectores que conseguirá ese autor de ahora en adelante gracias a unas importantes fajas que le pondrán a los libros en letras grandes que dira: "del ganador de...".
Pero, ¿qué piensan los autores? ¿Debemos creerle a Vargas Llosa cuando dijo que el veredicto del Nobel lo agarró por sorpresa porque ni sabía que se daba ese día? La respuesta dependerá de la opinión que tengamos del mismo Vargas Llosa, sin embargo, puede sorprender saber que muchos autores no sienten excesiva angustia cuando participan en un premio, quizás sea una manera de cuidarse en salud, quizá agobiarse no sea del todo bueno. Además, en el caso específico del  Gallegos el asunto adquiere un matiz distinto: no es el autor quien manda su manuscrito inédito a batallar con cientos de desconocidos, es la editorial quien debe encargarse de hacer llegar la obra ya publicada al concurso, de ahí que los nombres que figuran en los postulantes suelen ser en su mayoría conocidos, al menos en su ámbito nacional. 

XVII Edición del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos
Ahora bien, si de algo no existe ninguna duda es que para los participantes estar en la lista del Premio Rómulo Gallegos es algo importante, precisamente porque este ha sabido labrarse una sólida trayectoria y porque tanto editoriales como autores están conscientes de su envergadura. En esta edición de 2011, la competencia no fue fácil, muchos de los nombres que figuraban en la lista de participantes ya son referencia, ya son nombres y poéticas que tienen un peso y cuentan con cientos de lectores. Hay, como siempre, de todo, novelas de las que bien podríamos prescindir y verdaderas obras. Pero, insisto, detrás de ellas están los autores, las personas reales que dieron vida a la obra premiada, así que por curiosidad quise saber qué pensaban algunos de ellos. Las respuestas cambian, pero apuntan hacia una idea común: el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos es una referencia para todo el mundo literario de habla castellana.
Jorge Carrión, quien participaba en esta edición con su novela Los muertos (Mondadori), que ya cuenta con el premio a la mejor primera novela publicada en castellano en 2010 que otorga el Festival de Chambéry, dice: "Para mí el Rómulo Gallegos es un premio prestigioso que se ha dado durante mucho tiempo y sin que yo sepa, en muchos casos, quién era el presidente de Venezuela en esa ocasión, y que espero que sobreviva a Chávez. Digamos que al igual que no se tiene en cuenta quién gobierna Suecia cuando se concede el Nobel, tengo la impresión de que en Europa no se piensa en el contexto político venezolano al pensar en el Gallegos". Graciela Speranza, estaba participando con su novela En el aire (Alfaguara) y, atenta al desenvolvimiento del premio, cuenta: "La editora de Alfaguara propuso presentar la novela al premio y por supuesto acepté. ¿Quién no querría ganar el Premio Rómulo Gallegos? Es uno de los premios más prestigiosos en lengua española". Por su parte, Agustín Fernández Mallo, Nocilla Lab (Alfaguara), prefirió esperar y no dar mayores comentarios sobre su postulación, parece ser uno de esos autores que no se agobia con los premios, seguramente podría decir que si ha de llegar, llegará. Es comprensible pensar que adelantarse puede ser delicado. También con pocas palabras, Manuel Vilas, Aire nuestro (Alfaguara), confiesa que “es ilusionante que mi novela esté concursando en el Premio Rómulo Gallegos, que es un premio prestigioso y de carácter literario, y que han ganado escritores a los que admiro como Roberto Bolaño”. Asimismo, en el ámbito nacional, Carlos Noguera, Crónicas de los fuegos celestes (Alba), más consciente del desarrollo del premio por su trayectoria cultural en el país dice: "El Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos es de esos certámenes literarios que no requiere presentación: su extensa trayectoria, el prestigio de las obras que lo han merecido, la idoneidad y buen criterios de los jurados y el consecuente cumplimiento con las bases de la convocatoria por parte de los organizadores, lo han colocado en el lugar de excelencia que, con justicia merece. En lo que me atañe, constituye para mí un orgullo, a la par que un placer y una tradición personal, el hallarme una vez más, por voluntad de mi editor, en la lista de participantes de la convocatoria de 2011". Y, finalmente, el único finalista venezolano, Norberto José Olivar, Cadaver exquisito (Alfaguara), con un poco más de detalle apunta a ciertas cosas de las que hablaba más arriba: "El Gallegos es uno de los grandes aportes del país a la literatura latinoamericana, su historia es, sin duda, impresionante, pero como todo premio tiene altas y bajas, sospechas y aciertos, defensores y maldicientes, eso, insisto, es normal. Pero este premio no lo da el gobierno, ni esta edición ni ninguna otra, es un galardón otorgado por el Estado venezolano y por un jurado, que si bien es designado, tiene un compromiso que va más allá de nuestras fronteras y con su propia honestidad. De modo que debemos defender este premio sobre cualquier otra idea, promocionando, participando, dándole el lugar que tiene. Para mí es un honor el sólo hecho de estar inscrito en esa lista junto a Ricardo Piglia o Alan Pauls, me parece espectacular y divertido. Yo no creo en gobiernos, creo en el Gallegos y siempre lo defenderé". 
Así, el resto de los autores debió tener su opinión, pero será sólo hasta el jueves que podremos saber quién es el ganador y, esperando que la obra se sostenga por sí sola, la veremos erigirse como un nombre, una historia, otro premio, uno más, de los muchos que algo tienen que decirnos de las letras hispanoamericanas. Pero algo sí es seguro: por un día los ojos de muchos estarán puestos en lo que se diga en aquella, ahora más que triste, casa de estudios latinoamericanos, que si bien no marca la pauta en lo que a su función amerita, sí que lo sigue haciendo en el movedizo y engañoso mundo de los certámenes literarios. 

jueves, 12 de mayo de 2011

Todas las tardes me como una naranja en Barcelona

Todas las tardes me como un naranja en Barcelona. Una naranja dulce, dulcísima, que se parte a gajos sin resistirse. Puedo pelarla con mis manos sin usar un cuchillo, pues su concha es tan gruesa que se separa con facilidad dejándome ver esa parte blanca que me sorprende con su sabor también dulce, que no me amarga. Llevo días comiéndome una naranja todas las tardes en Barcelona tratando de recordar cómo se llama esa parte blanca que la nona insistía en no quitar porque ahí está toda la vitamina, decía. Eso decía cuando me pelaba una naranja todas las tardes en Caracas. Aquellas naranjas no eran como las que intenté comprar años después. Aquellas naranjas eran como estas, eran como aquella que ella me daba todas las tardes en gajos, con la parte blanca que nunca quitaba y que colocaba sobre un plato blanco que sé que ya no existe. Por eso ahora, cuando todas las tardes me como una naranja en Barcelona, su Barcelona, la ciudad que ahora intento hacer mía, veo ese plato blanco, la mesa también blanquísima y me veo pequeña, muy pequeña, en una silla de espaldar de metal amarillo, y veo su vestido color agua marina con quién sabe qué en los bolsillos (cuánto daría por revisarlos ahora mismo y encontrar un botón, una aguja e hilo y quizás algunas migas de pan) y veo sus manos y sus lentes y sus peinetas, pero no veo del todo su cara, veo olores, veo luz, veo sensaciones. Por eso ahora, cuando me como una naranja todas las tardes en Barcelona, su Barcelona, no quiero recordar cómo se llama eso blanco que yo tampoco le quito a la naranja porque quiero que se llame como ella, que sea tan blanco como su cabello.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Comenzar diciendo

Hace unos cuatro años intenté comenzar a escribir un blog, pero la verdad no tenía el tiempo ni el rigor para hacerlo. Así que colgué un par de entradas y no supe más de él (incluso he querido recuperarlo y no he encontrado la manera). Además, ahora que lo pienso con calma, me parece que no tenía muchas cosas que decir o al menos nada propio que pudiera resultar medianamente interesante. No es que ahora mismo estoy segura de tener un montón de cosas, pero la verdad es que me he encontrado varias pensado cosas que no caben en el Facebook o que no puedo resumir en los 140 caracteres de mi Twitter y que cuando las cuento varias personas me dice: deberías abrir un blog (típico, ¿no?). Así que si estoy viviendo en otro país por primera vez, si me pasan un montón de cosas, si conozco gente maravillosa, si leo verdaderas maravillas o auténticos bodrios, si quiero que alguien al menos sonría leyendo unas cuantas líneas, si continúo escribiendo poesía, si hay música que me inspira y otra que me aturde, si hay películas que me alegran la vida y que seguro se la alegran a millones, pues vengo y abro un blog y a ver qué tal va (esto va sonando más a autoterapia que a otra cosa, pero creo que pueden salir cosas interesantes). En fin, que nos vamos leyendo.