jueves, 12 de mayo de 2011

Todas las tardes me como una naranja en Barcelona

Todas las tardes me como un naranja en Barcelona. Una naranja dulce, dulcísima, que se parte a gajos sin resistirse. Puedo pelarla con mis manos sin usar un cuchillo, pues su concha es tan gruesa que se separa con facilidad dejándome ver esa parte blanca que me sorprende con su sabor también dulce, que no me amarga. Llevo días comiéndome una naranja todas las tardes en Barcelona tratando de recordar cómo se llama esa parte blanca que la nona insistía en no quitar porque ahí está toda la vitamina, decía. Eso decía cuando me pelaba una naranja todas las tardes en Caracas. Aquellas naranjas no eran como las que intenté comprar años después. Aquellas naranjas eran como estas, eran como aquella que ella me daba todas las tardes en gajos, con la parte blanca que nunca quitaba y que colocaba sobre un plato blanco que sé que ya no existe. Por eso ahora, cuando todas las tardes me como una naranja en Barcelona, su Barcelona, la ciudad que ahora intento hacer mía, veo ese plato blanco, la mesa también blanquísima y me veo pequeña, muy pequeña, en una silla de espaldar de metal amarillo, y veo su vestido color agua marina con quién sabe qué en los bolsillos (cuánto daría por revisarlos ahora mismo y encontrar un botón, una aguja e hilo y quizás algunas migas de pan) y veo sus manos y sus lentes y sus peinetas, pero no veo del todo su cara, veo olores, veo luz, veo sensaciones. Por eso ahora, cuando me como una naranja todas las tardes en Barcelona, su Barcelona, no quiero recordar cómo se llama eso blanco que yo tampoco le quito a la naranja porque quiero que se llame como ella, que sea tan blanco como su cabello.

2 comentarios:

  1. nada mejor que las naranjas de este país... una de las razones por las que te quiero es porque comes naranjas... ¿sabías?

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  2. No, no sabía, pero lo entiendo perfectamente. Hay quienes comen naranjas y hay quienes no comen naranjas y aquí las naranjas son asunto serio. Y yo también te quiero mucho.

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